Cuando hace 800 años el rey de Aragón Pedro
II dijo “Aquí está el rey” en mitad de un batalla abierta en Muret (Francia),
no tuvo miedo a sus consecuencias. Al ver que mataban al que llevaba su coraza,
en vez de esconderse decidió evidenciarse.
Los aragoneses habían fallado en su
estrategia de sitiar la ciudad, dado que su fuerte desde la toma de Zaragoza en
diciembre de 1118 era la artillería, y se enfrentaban a cielo abierto. El
resultado fue fatal con más de 15.000 bajas entre ellas las del rey.
Entre estas defunciones están las de muchos
caballeros que habían acompañado al rey en sus campañas, entre ellos Sancho de
Antillón, cuyo sarcófago podemos ver en el exterior de la iglesia al no poder
ser enterrados en tierra santa por ser excomulgados.
En el fulgor de una batalla como la comentada
no se tiene miedo, al estar muy ocupado en defenderse y atacar. La adrenalina
nos prepara para aguantar un esfuerzo y dolor que en otra situación no
podríamos soportar.
Es casos como el de una batalla, donde se
supone que hay lugar para el miedo real, no lo suele haber al estar ocupados.
Sí lo hay antes de la batalla, cuando surgen las preocupaciones. De aquí la
importancia de la preparación psicológica previa.
En el mundo actual, donde ya no nos enfrentamos
a situaciones de muerte evidente como ha ocurrido en otras épocas, somos caldo
de cultivo de los miedos psicológicos, que como no tienen fundamento real son
más difíciles de acallar.
Toco este tema del miedo, porque es una de
las emociones que impiden al desarrollo de la actividad emprendedora, al
avanzar un miedo a que sucedan cosas que pueden impedir el éxito del proyecto.
Pero deberíamos aclarar que no se trata de un
miedo real, aunque lo identifiquemos emocionalmente como tal. Si no, como ya se
ha dicho, un miedo psicológico intangible que nos paraliza.
Sin embargo, lo experimentamos como tal al no
estar acostumbrados a vivir situaciones de riesgo donde tenemos que tomar
decisiones bajo presión para resolver los conflictos que se presentan.
Creo que es positivo entrenarse desde la
infancia a saber solucionar problemas tangibles en un entorno de riesgo
controlado, para en el futuro no dejarse atemorizar por miedos que no son
tales.
Las personas que realizan actividades de
aventura no suelen tener miedo cuando se encuentran ante problemas de
derrumbamientos, caídas, estados de agotamiento, situaciones de enrocarse o
perderse en zonas boscosas nevadas, entre otras situaciones.
Cuando ocurren estas situaciones se centran
en buscar una solución a la problemática concreta en vez de preocuparse por las
causas que han llevado a la situación o por las consecuencias que puede
conllevar.
De esta forma estamos creando un marco
artificial de control de la situación que hace que no dejemos actuar a las
emociones que pueden perjudicarnos en la planificación y desarrollo de las
acciones necesarias.
Se valoran las distintas estrategias que
pueden ayudar a la resolución calculando el riesgo de cada una de ellas, hasta
que se asume aceptarlo concretando la exposición máxima necesaria.
Seguimos con el marco de control. Damos por
supuesto que hay soluciones y estamos eligiendo una. Este paradigma de
pensamiento positivo ayuda a que fluyan las posibles alternativas.
Se lleva a término la acción de la estrategia
elegida. De nuevo el marco de control. Nos centramos en realizar una actividad,
en vez de preocuparnos por las causas y consecuencias.
Cuando ya hemos finalizado las acciones
planificadas, evaluamos el resultado sucedido. Si es el adecuado para la
solución, seguimos con la estrategia, si no tendremos que volver a buscar otra
alternativa.
Puede parecer que esto parece muy bien
teóricamente, pero con algunas diferencias de enfoque personales y, tal vez, de
forma más inconsciente es lo que suelen hacer las personas que están acostumbradas
a desenvolverse en entornos de riesgo.
Muchas veces, cuando se ha salido del
embrollo, se jura no volver a intentarlo. Sin embargo, la adrenalina y
sensación de control que se va adquiriendo hace que este pensamiento negativo
dure muy poco.
Se acaba manteniendo la célebre frase de
Ernest Shackleton: “Never for me the lowered banner, never the last endeavour”.
En español: “Nunca para mí la bandera bajada, nunca el último esfuerzo”.
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